domingo, 3 de noviembre de 2013

Aquí siempre duele y escribo.

Tenía diez años y llevaba el pelo como las actrices francesas. Los dientes tan desordenados como el flequillo y una mirada que se inventaba otros mundos porque pensaba que nadie me quería lo suficiente en este.

De ese viaje recuerdo una iglesia y un jardín lleno de verde y de Lisboas. Mi infancia es Portugal en vacaciones, subirme a las farolas y a las estatuas, perder carteras y encontrar prendedores en los portales.
Fui todo lo feliz que se puede ser cuando la vida ya te viene tatuada de fábrica. Nunca me rompí un brazo, y eso que me esforcé corriendo cuesta abajo para que la caída me volara los huesos. 
Ahora me doy cuenta de que esa sonrisa de mi padre era una obra de arte. Ahora sé que hay veces que solo quieres llorar porque no puedes expresar lo orgullosa que te sientes de una persona.
Y aún así daría lo que fuera por poder sanar los ojos esqueléticos de mi madre a base de besos que se recargan con vasos de leche.

Creo que me olvidé de ser una niña y de sonreír en las fotos cuando me empeñé en dejarme crecer el pelo.

viernes, 20 de septiembre de 2013

La anisotropía de las noches en vela.

Tienes una tristeza simétrica
que nadie puede curar
(tampoco el arrullo de los autobuses
ni los tejados de los edificios
de las aceras de los sueños
que nunca cumples).
Echas de menos el café
y sus ojos 
y también el café en sus ojos.
Y así ya me dirás quién es capaz
de sonreírle la sonrisa 
al desconocido del asiento de enfrente, 
al poco conocido del asiento de atrás 
y al amigo que debe recolocarte
cada hueso
cada vez que se sienta a tu lado.

Algún día se te hundirán las ojeras
en los labios
y eso sí que va a ser un naufragio.

Creo que si te midiéramos el mar
a franjas horizontales 
nos mojaríamos mucho menos
que si hiciera falta morir 
entre tu pelo
y tu cintura.
Las escaleras, la vida, la lluvia
te han vuelto anisótropa.

Lo mismo sucede con las noches.

Y aún así tú sigues sintiendo
por ti, por mí, por todos
con la rabia de las lavadoras mordidas.
El día que dejes de apretar los dientes
no habrá quien ilumine esta ciudad.